Estaba dando un paseo con mi bici y he ido hasta uno de mis sitios favoritos: un embarcadero al final de la ciudad, un poco apartado.
Me he sentado a respirar, disfrutar de las vistas, llenarme de belleza, de sol, de alegría, y al mirar al agua me ha decepcionado un poco ver todos los nenúfares apelotonados. Se ve algo sucio y desordenado porque hay algunos que están ya descomponiéndose, hay restos de polen, mosquitos… Y he pensado «uff, esto no es tan poético como parecía».
Vaya, ¿resulta que la vida real no es poética? ¡Para nada! Lo que ocurre es que estamos acostumbrados a la foto perfecta, a las vidas ideales de las películas, y eso hace que la realidad a veces nos parezca un poco mustia.
Es importante no perder nunca la realidad de vista, tener presente que lo real, lo auténtico, siempre tendrá alguna hoja muerta o algún mosquito pero eso no va a impedirnos disfrutar de la belleza del conjunto.
Os doy una pista: cuando digo mosquitos, hojas muertas, estoy hablando de «los temidos fallos» de los que habláis tras cada actuación.
¿Vosotros qué preferís? La foto perfecta trucada y maquillada o la foto real con todos sus más y sus menos?
Cuando nos preparamos para una actuación hay que imaginarse cómo será, trabajar la visualización. Por un lado, la visualización de la música en sí para entrenar la concentración y que seamos capaces de expresar todo lo que hemos aprendido con esa obra y todo lo que significa para nosotros esa música.
Por otro lado, igual de necesario es practicar la visualización de la actuación en sí: imaginarnos la sala, a nosotros mismos tocando, imaginarnos cómo saludaremos al público algo nerviosos, imaginarnos cómo irá la actuación: todos sabemos cuáles son nuestros puntos débiles en una obra, ese pasaje que se nos resiste o un pedal que se nos olvida,y cuando imaginamos nuestra actuación hay que visualizar también esos pequeños incidentes que sin duda ocurrirán y visualizar cómo nos sobreponemos a ellos y seguimos adelante centrándonos en lo que tenemos que hacer a continuación y no quedarnos «rumiando» sobre ese incidente.
La gran mayoría de las veces nos enfrentamos a nuestros conciertos con esa imagen ideal y perfecta de la obra, impecable, libre de fallos 100%, ¡Pero eso no es realista! Y al crear esas expectativas tan inalcanzables el resultado inevitable será que por muy bonita que haya sido la música que tocamos, nunca estaremos satisfechos, y es muy frustrante no sentir satisfacción después de un gran esfuerzo como el que supone aprender e interpretar en público.
Creo que el camino a la felicidad pasa por aceptarnos y querernos como humanos imperfectos que somos.